Extinciones y excepciones. El poder de la rareza en evolución

El pasado 30 de septiembre tuvo lugar en la Universidad de Murcia el Acto de Apertura del Curso Académico 2015-2016 de las Universidades Españolas presidido por Su Majestad el Rey Felipe VI. En el transcurso de dicho acto, al que acudí como Coordinador del Centenario de la Universidad de Murcia que se celebra este año 2015, el catedrático de Botánica José Carrión impartió la Lección Inaugural titulada “Extinciones y excepciones. El poder de la rareza en evolución”.

El discurso fue brillante, tanto por su contenido científico como por el hilo conductor empleado y, sobre todo, por el importante mensaje que se escondía detrás de la Lección Inaugural. Por si faltaba poco, José Carrión empleo durante la lección inaugural varios pasajes de El Señor de los Anillos. Hasta el rey Felipe VI se rindió a Gandalf, Gollum y al Monte del Destino.

Hace unos días le pedí a José Carrión, compañero de la Facultad de Biología, que me prestase su discurso para la sección de colaboraciones del blog. Quería que los lectores de Scientia lo disfrutaran tanto como yo y reflexionaran sobre lo que en él se dice. Pepe no lo dudó un momento por lo que le estoy muy agradecido. Aquí se lo dejo.

SLU12

«EXTINCIONES Y EXCEPCIONES. EL PODER DE LA RAREZA EN EVOLUCIÓN»

Majestad, Autoridades, Comunidad Académica, Señoras y Señores

Me siento muy honrado por la oportunidad de impartir esta lección magistral en unas circunstancias tan señaladas. Reconozco con gratitud la invitación de mi Rector y la sensación de que mis padres habrían estado muy felices de verme disertar ante ustedes. Hoy aquí me encuentro entre personas muy queridas, especialmente mi pequeña, Lara, último bastión de lo improbable, continuidad singular en esta rara estirpe de rastreadores de historias.

En uno de los momentos con mayor brujería metafísica de la obra El Señor de los Anillos, comenta el hobbit Frodo Bolsón al mago Gandalf:

“Es una lástima que Bilbo no asesinara a Gollum cuando pudo hacerlo”

– «¿Lástima? – responde Gandalf- La lástima fue lo que frenó la mano de Bilbo. Muchos vivos merecerían la muerte, y algunos que mueren merecen la vida. ¿Podrías dársela tú, Frodo? No seas ligero a la hora de repartir muerte o juicio, ni los más sabios pueden discernir esos extremos. El corazón me dice que Gollum tiene aún un papel que cumplir, para bien o para mal, antes de que todo esto acabe. La compasión de Bilbo podría regir el destino de muchos.»

Esta licencia intrusiva en el corazón de la obra de Tolkien sirve para ilustrar dos aspectos sobre los que basculará mi conferencia. En primer lugar, cómo el cambio evolutivo se nos puede revelar de forma inesperada. En segundo lugar, cómo los acontecimientos accidentales pueden llegar a ser críticos en el conjunto del tiempo profundo.

Si se pretende un itinerario por la excepcionalidad en biología evolutiva, uno debería caminar entre plantas y fósiles, ya que las investigaciones financiadas se concentran en animales y modelos vivientes. Pero sin los fósiles ignoraríamos todo sobre el 90% de todas las especies que alguna vez habitaron este planeta.

Por los fósiles, sabemos que hubo cinco grandes extinciones con carácter global que afectaron a un número considerable de órdenes, familias y especies. Hace unos 443 millones de años tuvo lugar una catástrofe que eliminó el 96% de las especies de animales marinos. En un mundo acuático, la hecatombe tuvo que afectar en gran medida al plancton. Curiosamente, este es el momento en el que se constatan las primeras evidencias fragmentarias de vida vegetal terrestre.

En el período Devónico, hace 364 millones de años, una segunda extinción produjo una reducción del 95% de las especies animales de aguas superficiales y del 60% de las de agua profunda. Este evento coincide sin embargo con la primera diversificación de plantas con tejidos vasculares.

La tercera extinción aconteció hace unos 248 millones de años. Fue la más brutal, suponiendo la pérdida de entre el 90 y el 96% de los invertebrados, así como el 75% de las familias de vertebrados terrestres. Pero, del mismo modo, no parece clara la existencia de un evento similar entre las plantas.

La cuarta tragedia para la biodiversidad se produjo hace 206 millones de años. Hablamos del episodio de extinción de los ammonites. Las reconstrucciones con fósiles vegetales demuestran que no hubo ningún cambio significativo en la composición de las floras.

La quinta extinción en masa -la más afamada-, ocurrió en el cénit del período Cretácico, hace unos 65 millones de años. El impacto de varios cuerpos extraterrestres, al menos uno sobre la Península del Yucatán, acabaría por producir una reducción del 80% en los invertebrados marinos, la extinción total de los dinosaurios y una drástica pérdida de especies de mamíferos. Pero, de nuevo, la escala del trauma ecológico entre las plantas distó mucho de ser global, constatándose una enorme heterogeneidad espacial en el impacto.

De modo que los eventos de extinción masiva de animales no tienen contrapartida dentro de la evolución de plantas vasculares. ¿A qué puede deberse este fenómeno? Podrían conjugarse varios aspectos que no detallaré aquí. Hay diferencias en las necesidades básicas, las plantas son más austeras, la versatilidad reproductora es otro factor, como lo es la menor sensibilidad al tamaño de población.

En la extinción hay también algo de literario: vivir es perder. Y el registro de pérdidas deja una moraleja. Que las rarezas pueden ser material de recambio para la siguiente aventura evolutiva. El final es a veces el punto de partida, dice Eliot. Dos ejemplos pueden ilustrar esta casuística.

El primero de ellos viene dado por las angiospermas, más comúnmente conocidas como plantas con flores, el grupo vegetal que más éxito evolutivo y ecológico ha tenido en la historia de la vida. Este grupo de plantas aparecen a partir de gimnospermas por una alteración evolutiva del desarrollo embrionario, un diseño equivocado que, de repente, se convierte en la mejor de las versiones.

El otro ejemplo deriva de nuestra especie, Homo sapiens, la cual emerge también por una cadena de alteraciones evolutivas del desarrollo. Los humanos hemos evolucionado reteniendo hasta la edad adulta los rasgos infantiles originales de nuestros ancestros. Nuestro cerebro agrandado obedece a la extensión de su crecimiento prenatal a etapas ulteriores. Morfológicamente hay algo de fetal en nuestra vida postnatal. Hoy estamos aquí porque otra extravagancia evolutiva tuvo su oportunidad.

Así, la historia de la vida está preñada de fenómenos venturosos de muy baja probabilidad estadística. Y resulta llamativo que mientras la nuestra sea una historia de cómo los hombres han gobernado el mundo, hayan sido dos mujeres las que hayan tenido el poder intelectual que todos los gremios creacionistas no tuvieron para derrocar el reduccionismo darwinista. Hablo de la primacía del gen como agente de cambio evolutivo mediante selección natural. Gracias al trabajo de Barbara McClintock y Lynn Margulis, hoy sabemos que los grandes cambios evolutivos dimanan de quimeras originadas tras eventos de intercambio genómico.

En otra escala, nuestra especie es tan anómala que ha venido a introducir un cambio sustancial en las reglas del juego planetario. El ritmo actual de destrucción de biodiversidad es superior al que muestran las perturbaciones que dieron lugar a las cinco extinciones en masa descritas anteriormente. Así, desde hace unos 10.000 años puede que llevemos ya la mitad de las especies perdidas, dejando aparte el enorme impacto que se ha producido sobre los ecosistemas tropicales desde hace 5000 años.

La crisis biótica que está teniendo lugar en nuestro planeta, parece que provocará irremediablemente una extinción masiva, la primera causada por un ser vivo. La suertuda humanidad se ha convertido en una fuerza geofísica sin precedentes, y seguramente provocaremos la emergencia de novedades evolutivas inesperadas.

Los intentos para predecir el comportamiento evolutivo después de un evento de extinción masivo sólo pueden operar a la escala de las generalizaciones, y solo debemos esperar lo inesperado. La evolución después de la extinción es demasiado oportunista, rápida y al mismo tiempo demasiado constreñida por el stock de morfologías disponibles. En otras palabras, en evolución, como en política, el índice de puntería en la predicción de sucesos infrecuentes y cruciales no es que esté cerca de cero, es que es cero.

Pero la incertidumbre conduce también al asombro. La misión del hombre es asombrarse, dice Santiago Mutis. ¿Quién no cambiaría su colección de CDs por una grabación de Sócrates conversando con sus discípulos? Cada ser vivo es un pliego de papiro en un archivo inmenso de pasado evolutivo. Lo herético, lo superfluo, lo marginal,… ¿no es también maravilloso? ¿no deberíamos librar a toda forma viviente del trabajo que hacen continuamente los enemigos de la luz?

Esto, como ven se ha convertido en una excursión figurativa desde un escenario paleobiológico. Y es que no lo puedo resistir: existen más irregularidades en el mundo que merecen atención. La inteligencia es una, pues admite una multiplicidad de expresiones invariablemente elevada. Y sin embargo, ya en las escuelas se nos hace proclives a discriminar a los que se alejan de los estándares consensuados. Lo mismo puede ser dicho de la enfermedad.

¿No hay acaso belleza en lo que algunos llaman locura? ¿Cuántas almas inquietas y creativas habríamos silenciado sin la ciclotimia de John Keats, las crisis suicidas de Cesare Pavese, la bilis de Baudelaire o la melancolía de Brückner?

Por el origen primate, nuestra maldición evolutiva es nuestra tendencia tribal, nuestro etnocentrismo. Sin embargo, hay algo más que nos define: nos comunicamos. Lo hacemos mucho antes de la maduración cognitiva de la infancia, en una etapa preverbal y lo hacemos como no lo hace ningún bebé primate. La vivencia de nuestro transcurso ecológico por este planeta es un nudo gordiano con episodios controlados por la experiencia relacional. Sartre lo distingue con su particular sutileza: “no somos lo que los otros hacen de nosotros, sino que somos lo que hacemos con lo que los otros han hecho de nosotros”.

Corolario paleontológico para vivir hoy: que en la comunicación con lo diferente, en el rechazo inteligente a nuestro atavismo gremial, podría estar la clave para nuestra supervivencia después de la sexta extinción. Podríamos empezar por dejar de aislar a los niños hiperactivos, o a los adultos con trastorno bipolar, dejar de silenciar la verdad del deprimido o la lucidez del que sufre por abandono. ¿No es acaso en la disconformidad donde reside la matriz del futuro, la madre de todas las opciones? ¿Es un universo alisado lo que pretendemos mientras se arruga y fragmenta nuestra existencia temporal?

Les voy a confesar algo íntimo. De acuerdo con los libros de neurología, yo no debería estar hoy aquí. Hace un año fui diagnosticado de una enfermedad neurológica rara cuyo pronóstico me condenaba, entre otras alteraciones, a comunicarme con un lápiz y un papel. Hace exactamente un año, un espasmo facial incontrolado apenas me dejaba comer ni hablar sin morderme la lengua y el paladar de forma traumática. Recuerdo que por aquel entonces releía un poema que había escrito a mi hija tiempo atrás y que dice:

«Colgada de mi universo

te columpias en mis huesos

en todos mis amaneceres va despierta tu mirada

y estás vigente hasta en las muecas inauditas de mi rostro»

No debería uno jugársela con algo tan sobrenatural como la poesía. Antes de verme con un tic en el espejo, yo ignoraba realmente hasta qué punto la mueca de un rostro podía llegar a ser inaudita.

El caso es que la enfermedad rara hizo aflorar otra rareza: un temperamento encriptado que incluía unos deseos irrefrenables por comunicarme, jugar y explorar mis límites. En manos visionarias, seguí el rastro de una idea provocadora para estimular una de nuestras maravillas evolutivas: la plasticidad del cerebro. Así que, en un año, mi cerebro y yo, naturales de Murcia, hemos aprendido a hablar con la s.

Somos lo que pensamos, y podemos transformarnos a través de la esperanza. El fuego se alimenta de obstáculos, nos enseña Marco Aurelio. Hoy estoy aquí para confesar esto y para sugerir que, después de todo, un cerebro y un planeta no tienen por qué ser cosas diferentes. Y que, como dice mi amigo Juan Bastida, Cónsul Honorario de Ecuador en Murcia, debemos interferir lo mínimo: no transformar el paisaje sino estar en él. Ser paisaje.

Consideremos las potencialidades inherentemente salvíficas de nuestro espectro de disparidad. Las investigaciones sobre ecología de redes evidencian que la probabilidad de supervivencia de cualquier especie en un escenario de cambio ambiental se incrementa de forma directamente proporcional al número de relaciones ecológicas que la especie sostiene. O sea, lo mismo que acontece con la probabilidad de supervivencia de un paciente con cáncer en relación a sus soportes afectivos.

En este tiempo de celeridad en el que tal vez nos veamos en el umbral entre el cielo y el infierno, conviene recibir lecciones de historia natural. Que cada especie resulta de un sinfín de accidentes, mezclas genéticas, contingencias histórico-evolutivas y ajustes adaptativos ulteriores, un continuo juego de ensayo y error, una especie de serendipia que conduce hasta el punto cero de nuestros días. Hay una historia multimillonaria de experimentación detrás de cada entidad viva.

Por sí mismo, el conocimiento de esta circunstancia debería ser suficiente para la adopción de un criterio favorable a las estrategias de conservación biológica. Cada especie, cada forma, cada interacción representan el final de una historia afortunada que ha conseguido atravesar el túnel del tiempo para ganarse un sitio en la biosfera.

Esto debería promover una sensación esencial de respeto y amor por todo lo que pulsa en este planeta. Puede que por ello, muchos científicos no hayamos tenido la necesidad psicológica de apoyarnos en el baluarte confesional para justificar nuestro asombro y agradecer nuestro advenimiento desde el vientre de una madre.

Pero no me digan que, viviendo en una modernidad que se afana en sustraer hasta la última gota de accidentalidad, no deja de resultar irónico que el mundo se haya vuelto todavía más imprevisible. Es como si las diosas del azar quisieran tener la última palabra y jugaran con nuestros destinos.

Así que sigamos la estela ontológica del viejo Gandalf. Dejemos fluir la vida. En todo su repertorio. Incluso con las criaturas atormentadas y abominables que viven en las cavernas y nos generan desconfianza. Ni el más sabio conoce el final de todos los caminos. Ni el empirista más astuto puede conocer el resultado de todos los experimentos.

Como ya se habrán dado cuenta, toda mi disertación ha sido un juego malabar para mantener a Gollum con vida. No sé donde leí que existía una posibilidad remotamente pequeña de que, no un héroe cualquiera, sino una criatura medrosa arrojara el maldito anillo al Monte del Destino y nos salvara de un futuro cerrado y oscuro.

Muchísimas gracias por su atención

Gracias a ti Pepe.

Jose

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7 respuestas a Extinciones y excepciones. El poder de la rareza en evolución

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  2. perlita1 dijo:

    Vi la noticia de esta celebración, y gracias por acercarnos a las palabras de don José.

  3. Vocente Devís dijo:

    Si usted es un enfermo , los demás estamos ya muertos. Gloriosa lección maestro. Ojalá su amplitud de miras fuera contagiosa e infectara a nuestra clase política.

  4. Jose Torres dijo:

    Estas son las cosas que en internet deberían ser virales

  5. Maria Teresa Alonso dijo:

    Muchísimas gracias por compartir ésto,es lo mejor que he leído en mucho tiempo.
    Fantástico de verdad.

  6. Fue buenísimo escuchar esta conferencia en directo…os lo aseguro.

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