Pocas veces en mi vida me que quedado sin palabras. Incluso en las situaciones más delicadas he sabido qué decir. Sin embargo, todo tiene una primera vez. El pasado 27 de junio, la junta directiva de la Asociación de Divulgación de la Región de Murcia logró lo que nadie había conseguido: dejarme sin poder articular palabra. Incluso me puse muy nervioso. Les cuento.

Hace 15 días ADC Murcia cumplió dos años. Para conmemorar esta fecha tan especial decidimos organizar un evento en el que participaran activamente socios, amigos y familiares de la asociación. La jornada fue un éxito de participación. El Museo de la Ciencia de Murcia estaba lleno hasta la bandera, las charlas encandilaron a todos y los niños disfrutaron con las actividades programadas para ellos.

Como les conté en un post anterior, al final de la mañana, y antes de irnos a comer todos juntos, se desvelaría a quien se le otorgaba el Premio de la Asociación de Divulgación Científica de la Región de Murcia 2015. Sólo lo sabíamos los miembros de la junta directiva. Hace un mes, en una de nuestras reuniones, lo elegimos y decidimos guardarlo en secreto hasta el día de la gala. Allí se desvelaría.

Cuando llegó el momento de anunciar el nombre del galardonado, todos los miembros de la junta subimos al escenario. En ese momento se suponía que Daniel Torregrosa, nuestro presidente, desvelaría ante todos los presentes el nombre del que habíamos elegido en el mes de mayo. Sin embargo, no fue así. Conforme Dani iba hablando algo no me cuadraba. La persona de la que Dani hablaba no era el que yo esperaba. Los méritos a los que aludía no eran los del divulgador elegido hace treinta días.

Dani seguía hablando y a mi se me iba haciendo un nudo en la garganta. Miré de reojo al resto de mis compañeros de junta y todos me observaban riéndose. En ese momento lo comprendí todo. Me habían engañado. Durante un mes, y con la complicidad de mi mujer y otros amigos, se habían reído de mi. El divulgador al que habían elegido era yo. Apreté fuertemente las manos de mi hija, que había subido conmigo al escenario, y me emocioné. Dani me cedió el micrófono y no sé ni lo que dije. Estaba feliz, muy feliz.

Tras la comida, en la que se notó como nunca el magnífico espíritu que reina en nuestra asociación, me fui con mi familia a nuestro rincón del Mediterráneo. En el trayecto estuve callado, cosa rara en mí. En los 60 km que unen Murcia de la Dehesa de Campoamor estuve pensando en todas las cosas que me ha dado en estos últimos cinco años la divulgación científica. Me emocioné de nuevo. Eché la vista atrás y comencé a recordar. Jamás hubiese pensado a principios del 2011, cuando abrí Scientia, la cantidad de buenos momentos que iba a vivir y la multitud de grandes personas que iba a conocer.

Pasados unos días coloqué el trofeo en la misma estantería de mis despacho donde están los Premios Bitácoras, 20 blog, Tesla, Asebio, La Verdad y la Mención de Honor de los Premios Prismas. Esta misma mañana, al verlo, un compañero me ha preguntado si el galardón recibido de manos del presidente de ADC Murcia había sido el más importante de mi carrera divulgadora. Le he dicho que no. Es cierto que ser reconocido en mi propia tierra me hace muy feliz. Si además dicho reconocimiento viene de parte de tus colegas, compañeros y amigos, la alegría es máxima. Eso no se ve todos los días en este pais. Además, también les aseguro que la emoción del momento fue superior a la que sentí al recibir los otros premios. Sin embargo, el precioso trofeo que me otorgó la Asociación de Divulgación Científica de la Región de Murcia no ha sido el más importante.

En la mañana del 27 de junio la junta directiva me hizo otro regalo. Se trataba de un cuaderno totalmente personalizado con los logos de ADC Murcia y de Scientia. ¿Y qué contenía ese cuaderno? Absolutamente nada. Eran hojas en blanco. Uno de los miembros de la junta cogió el cuaderno y lo dejó encima de una mesa del Museo de la Ciencia. Luego invitó a todos los presentes que quisieran a que escribieran unas palabras en él. Posteriormente se llevaron el cuaderno a la comida y allí, mientras comíamos y reíamos, las personas que no habían escrito aun nada dejaron el comentario que les pareció oportuno.

Aunque no se lo crean les doy mi palabra que decidí no leer el cuaderno en ese momento. Creía que debía esperar al día y a la hora adecuada… y la gran ocasión llegó anoche. A la una y media de la madrugada, y después de una semana agotadora, llegué a mi casa desde A Coruña. En 4 días he cogido 8 aviones y he hecho miles de kilómetros. Todo ello para participar en dos eventos de divulgación científica. Les puedo asegurar que en esos momentos, cuando llevo días sin ver a los míos y estoy extenuado, siempre me pregunto si merece la pena todo este esfuerzo. Sí, ya lo sé. Nadie me obliga, lo hago porque quiero, me tratan de lujo y además lo paso muy bien… pero no es nada fácil. Paso muchas horas solo, lejos de la familia y, además, mis labores docentes e investigadoras debo continuarlas al mismo ritmo. Me compensa muchísimo, pero es agotador.

Pues bien, tras darle un beso a mi hija ya dormida, abrí el cuaderno y leí una a una las dedicatorias que me habían dejado escritas mis compañeros y amigos en el II cumpleaños de ADC Murcia. Tras leerlas, las pocas dudas que tenía desaparecieron rápidamente de la cabeza. Lo que yo le estoy dando a la divulgación científica no es nada comparado con lo que obtengo de ella. Lo que pude leer anoche jamás lo olvidaré.

Por todo ello, y sin ningún género de dudas, les aseguro que ese cuaderno es el trofeo más valioso que jamás he recibido… el mejor premio del mundo.

Gracias, amigos.

Jose